sábado, 28 de febrero de 2015

Biografía (publicada en El mundo amaba a otras personas -Textos Intrusos [2015]-)




Pablo Mereb (Buenos Aires, 26 de agosto de 1978).
Vive en la República de Balvanera desde 1979.
Ha publicado algunos cuentos en diversas antologías
pero este es su primer disco solista.
Tres personas distintas, en distintos momentos
le echaron una maldición.
Es completamente inhábil con el sector derecho
de su cuerpo.
Más de veinte palomas lo usaron de toilette.

Para qué sirve un Burger King



McDonald’s y Burger King sirven para ir al baño
Hacer artesanías sirve para no bañarse
Ir a las ruinas de Macchu Picchu sirve para garchar con hippies
Regar las plantas sirve para creer que estás salvando al mundo
Contemplar un atardecer en la playa sirve para que los demás crean que tuviste un año muy duro
Decir “ponele onda” sirve para que el otro sea falso y te dé la razón
Madonna sirve para que los biopolíticamente asignados como “hombres” no se crean gran cosa
Los chicles sirven para que los odontólogos se llenen de guita
Los lentos ochentosos sirven para justificar garches
La adultez sirve para tratar de cumplirle los sueños al niño que fuiste
Los bondis de la línea 12 sirven para saber que los bondis de las otras líneas no tienen por qué tardar
El perro sirve para que el ser humano se sienta un sorete
El perfume sirve para disimular una de las cosas más lindas que existe: el olor a sobaco
Los carnavales de Rio o Gualeguaychú sirven para tener mucho material para masturbarse
El color rojo sirve para todo
Fumar sirve para hacerse el interesante antes de morir de cáncer de pulmón
Las aceitunas en la pizza sirven para sacarlas y jugar a las bolitas
Las corbatas sirven para hacer de cuenta que te sale un gran pene flácido del cuello
La parte derecha del cuerpo sirve para apoyarse y que la parte izquierda haga su laburo
Los jefes sirven para saber que lo mejor es ser jefe de uno mismo
Las salas de espera sirven para leer revistas frívolas sin culpa
Las cortinas sirven para que tus vecinos no te vean bailar en pelotas
La música sirve para que no te perturbe el odioso silencio
Las sirenas, las bocinas, las alarmas, sirven para que no te perturbe el odioso silencio
Los colectivos sirven para conocer la ciudad
Las camas de dos plazas sirven para que los niños salten sobre ellas
City Lights de Chaplin sirve para saber lo que es emocionarse viendo arte
El dinero sirve para que la gente muera antes de llegar a vieja
El cordón de la vereda sirve para atarse los cordones
Las enciclopedias sirven para poner la notebook más alta y así no encorvar la espalda
Los huevos fritos sirven para decir: “bueno, al menos sé hacer huevos fritos”
El horno sirve para guardar las ollas
Papa Noel sirve para justificar los regalos pedorros de la Navidad
Los no videntes sirven para que uno los ayude a cruzar la calle y ahí piense automáticamente que se borraron todas las cagadas hechas durante el día
Los pos-it sirven para hacer de cuenta que leíste ese libro
Ricardo Arjona sirve para levantarle el ánimo al pseudo progre que tuvo una mala noche: “bueno, pero peor es Arjona”
El reggaetón sirve para hacerse el guacho musiquín y decir: “en mi época la música al menos tenía melodía”
Decir “en mi época” sirve para saber que te convertiste en un viejo choto irrecuperable
Las líneas de las baldosas sirven para no tocarlas y así llegar a la esquina con un total acumulado de doscientos cuarenta y cuatro mil ochocientos setenta y siete puntos
Las rejas de los parques sirven para saltarlas de noche y seguir cogiendo
Los jeans sirven para disimular erecciones
El diario La Nación sirve para poner sus enormes hojas en el piso y pintar tranqui las paredes
La ciudad de Buenos Aires sirve para decir: “La culpa de todo la tienen los porteños”
Estar sin laburo sirve para laburar más que nunca
Laburar en Once sirve para conocer el mundo
Que te digan que “no” sirve para escribir

Escribir sirve para no matarse, para no matar, para no golpearse ni golpear, para no pudrirla, para no mentir, para no joder, para no romper las pelotas, los ovarios, los quinotos… sino con las palabras

Introducción (publicada en El mundo amaba a otras personas -Textos Intrusos [2015]-)




1986. Primaria. Segundo grado. Turno tarde. Amalia nos enseñaba a sumar y restar, nos enseñaba a leer y escribir, nos enseñaba a volar.
Tarea: hacer un cuento. Dice la leyenda que no fue el primer cuento que escribí, pero sí el primero que recuerdo que escribí. ¿De qué iba? No quiero mentir, pero los temas que en ese momento me interesaban tenían que ver con superhéroes y supervillanos, el bien y el mal, la lucha en el espacio infinito, disputas en galaxias lejanas, naves espaciales, rayos láser, injusticias, amistad, tristeza, alegría, amor, odio. Era un relato larguísimo, eso seguro. Hojas y hojas ocupadas con esa letra tan, pero tan enorme (mi marca registrada a mediados de los ochenta).
Todo el grado cumplió con la tarea. Algunos rezongando; otros dispuestos al juego. A la docente que
más me marcó se le ocurrió que debíamos votar por el mejor cuento del aula. Voté a Emanuel, una especie de contrincante en aquellos tiempos; algo así como mi rival natural.
Petiso, flaco, ojos celestes, cabello dorado; corte tipo pelela, onda “príncipe valiente”, muy de moda en aquellos tiempos. Se llevaba todas las miradas. Lo solían elegir para protagonizar los actos escolares. Y casi siempre al lado de esa preciosa morochita de pelo bien cortito y ojos achinados llamada Aluminé. Emanuel fue Belgrano, Sarmiento, San Martín y Colón. Yo siempre hacía de la contrafigura, era Malo 1. Era el escollo a vencer, el más difícil. Amaba el papel de antagonista. No me importaba perder, pero ansiaba ser el último derrotado; quería caer con dignidad, ser el hueso más
duro de roer; me cabía hacer del vencido pero con una condición: que el prócer o conquistador ese del orto no se la llevase tan de arriba.
Creo que lo voté porque me parecía una cosa ética votar por mi rival, reconocerlo como alguien valioso, alguien a respetar. En mi ingenuidad total juro que pensaba que Ema iba a votar por mí. La cuestión es que él también se votó. Y la votación terminó 10 a 10. En un grado de veintipico, el resto de los contrincantes había quedado muy lejos.
Amalia dictaminó empate. Ahora, a desempatar. Segunda vuelta. Balotaje. Mis amigos, que se agarraron la cabeza cuando les conté a quién había votado, me aconsejaron que esta vez no sea tonto y me vote a mí mismo, que no pasaba nada, que valía, que no sea gil de goma.
No recuerdo los números finales, pero lo cierto es que perdí. Mis amigos atribuyeron la derrota a que el rubio de cabellos dorados era más lindo y por eso recibió el voto de todas las chicas, aparte del de sus amigos.
Aquella y otras actividades provocaron que garabatee por mi cuenta miles de historias.
Por ayudarnos a dar esos primeros pasos, por ese enorme amor por la docencia, ¡gracias Amalia Boccazzi!
Y no quiero dejar afuera de los agradecimientos primarios al mejor narrador de historias que conocí: el maestro bibliotecario José “Pepe” Lubrano. ¡Ma qué Laiseca, ni Laiseca!

Y llegó la Secundaria. Mis cinco oscuros años literatos. Lengua, en primero y segundo; Literatura, de
tercero a quinto; ambas dictadas por el mismo profesor. Hombre del período jurásico, nacido un par de horitas antes que el Tiranosaurio Rex.
Primera actividad del primer año: continuar un cuento que este educador de otro tiempo había
empezado. La parte de él terminaba con que el niño protagonista perdía en un concurso de barriletes. Bueno, mi continuación ocupó dos hojas, donde al protagonista lo hice bailar con situaciones una más increíble y surrealista que la otra. Pensaba que había sido mi mejor creación.
Terminado el asunto de la escritura, llegó la hora de la lectura. Mi turno. Estaba nervioso, pero lo saqué adelante. ¿Nota? El añejo pedagogo me encajó un 1 (uno). ¿Por? Por fantasioso, por inducir a la guarangada (en un pasaje, el personaje simplemente estaba haciendo “algo raro detrás de un árbol”), por…, qué sé yo, no recuerdo tanto; eso sí, mi protagonista las pasó feas y yo me lo pasé en grande escribiendo la historia.
Cuestión que luego leyó otro compa, cuyo texto consistió en un solo renglón que abarcaba la siguiente combinación de vocablos: “Pero el chico se fue feliz a su casa porque lo importante es competir”.
El anciano enseñante, que estuvo presente cuando Moisés abrió las aguas, consideró que ese texto estaba para un 6 (seis). “Cortito pero deja una buena enseñanza”, fue su motivo.
En tercer año, primer día de clase en Literatura, esta piedra en el zapato de la enseñanza argenta se dedicó a desmitificar escritores que para él eran un mal ejemplo a seguir. Tiró munición gruesa contra aquellos intelectuales que “tan mal le han hecho a la juventud de nuestro país”. Y la cerró con una frase que jamás olvidaré, porque fue reveladora:
—Bukowski era borracho. Kafka era drogadicto. Oscar Wilde era puto. —Hizo una breve pausa, arrojó una mirada aleccionadora y retomó—: Bueno, ahora pasemos a la literatura española católica apostólica romana de los siglos…
Luego de aquella clase, sólo quise buscar información acerca de esos autores, que hoy se encuentran entre mis favoritos.
En fin, no hay que ser rencoroso en la vida. Recordado preceptor de Adán y Eva, momia del saber,
inolvidable vegete autóctono, geronte antediluviano, compañerito de banco de Dios, ¡gracias!
Quizás a vos también te gustaba calzarte el traje de villano. Y esa fue tu particular estrategia para que
muchos decidamos adentrarnos en fabulosos mundos.

En 1999 llegaría Taller de Expresión I (Ciencias de la Comunicación, UBA), dictada por Claudia Vespa (la primera versión de El Monstruo fue mi trabajo final en esa materia). En 2007, Valeria Iglesias con su taller de escritura creativa (por lejos, el más lindo de los talleres a los que asistí). En 2013, los consejos de la escritora y editora Virginia Janza (la gran poetisa de Ileven). En 2015, las lecturas y devoluciones de Marcelo Criado (él sí me votó), la invitación de Daniel Enriquez a esa
presentación de libro (siempre tirando la posta El Dany), la sugerencia de Fabián Rodrigo, la confianza de Hernán Casabella, el diseño de tapa y contratapa de Mariano Escribal (¡no soy digno!), el prólogo de mi primo Gustavo Sarmiento (el mejor escritor de la flia), y el apoyo de mamá Gianna, papá Alfonso, hermano Martín y bocha de parientes.
Para el que tenga curiosidad, acá están diez de mis cuentos. Algunos tienen ideas que arrastro desde la infancia; otros, desde la adolescencia. Están los creados a partir de derrotas, decepciones y trabajos mal pagos. Pasen y lean.
Salvo que hayan encontrado en Facebook a Emanuel y prefieran pasarse los días viendo sus fotos. No los culpo. Debe estar hermoso.

chikes ke no







didu no me kiso porke era su amiguis
vuvu no me kiso porke se estava x kasar kon otro
maiden no me kiso porke fuimos a ver una peli tailandesa d gays ke se masturvan y no resultó muy fan d ese tipo d propuestas
poma no me kiso porke no me kiso
persa no me kiso porke yo no era aktor
vrandy no me kiso porke ké sé yo
naru no me kiso porke me konfundió kon otro
noel no me kiso porke vivíamos a más d diez kuadras d distansia
dani no me kiso porke no havlo fransés
rodra no me kiso porke no entré en el vegan pagüer
mipy no me kiso porke me vio muy d otro planeta
juani no me kiso porke rekursé semiología
shashi no me kiso porke juani le dijo ke yo era medio imvésil
surex no me kiso porke soy torpe del lado diestro
alva no me kiso porke le gustavan más mayores
veta no me kiso porke me fui d vakasiones
negre no me kiso porke le mostré los kallos d mis pies
ulfa no me kiso porke nunka tuve el mejor d los promedios
ravi no me kiso porke soy katorse años mayor
gona no me kiso porke yo era muy su fan
mirkes no me kiso porke no soy finlandés
ganda no me kiso porke no me zarpo d kilos
franchu no me kiso porke esperava otra kosa
pety no me kiso porke nunka le havlé demasiado
silver no me kiso porke le konté ke una vez, d joven, pagué x sexo
lata no me kiso porke hase dékadas ke no me konfieso
kaki no me kiso porke no me gustan las indirektas
profi no me kiso porke me gusta el rok en inglés
vachu no me kiso porke huvo un malentendido
tolstis no me kiso porke me lleva 3 kavezas
klaudy no me kiso porke kree ke eskondo algo
azutre no me kiso porke no havlo vien el inglés
shalke no me kiso porke no la voy kon el kanon d velleza
vali no me kiso porke me ve y me tiene kuiki
karon no me kiso porke prefiere kedarse en su kasa
maxa no me kiso porke no me puede tomar en serio
anu no me kiso porke prefiero onse a palermo
desi no me kiso porke no me afilié a su partido
devu no me kiso porke no teníamos mucho d ké havlar
trinche no me kiso porke kuando nos konosimos yo no tenía kánser, ni ninguna d esas enfermedades x las ke muere d amor
jose no me kiso porke nunka gravé un álvum
tesi no me kiso porke no soy fan d veti peish
andy no me kiso porke en esa époka yo no tenía kompu kon kamarita para vernos las karas
livi no me kiso porke es pariente d un amigo y tiene sus kódigos
vorlak no me kiso porke no aseptava ke yo no asepte ser el número 2 d su lista
neno no me kiso porke no me kaven los chalchaleros
shavi no me kiso porke no me kaverán los chalchaleros pero tampoko es ke los odio
fesgue no me kiso porke me gustan pokas pelis d tim varton
verno no me kiso porke no era d revisar su kasilla d meils
chochi no me kiso porke era mi profe y tiene sus kódigos
markia no me kiso porke le gusta el silensio y a mí el ruido
ala no me kiso porke estornudé en el momento menos oportuno
jota no me kiso porke no tomo mate ni a ganchos
zeves no me kiso porke me gusta el pelo korto
pantsy no me kiso porke odiava ke a kada rato le pregunte “¿ké dijiste?”
viku no me kiso porke entendía el dos x siento d lo ke le desía
ñami no me kiso porke no me gustan las montañas
linchun no me kiso porke su hermano es d la mafia china y ya no kiere ver más sangre
kintgu no me kiso porke no me kave la kokaína
mertens no me kiso porke soy demasiado vlanko
ritul no me kiso porke se kamvió d varrio
gri no me kiso porke prefiere haser la kalle y komer galletitas
florañu no me kiso porke soy demasiado zurdo
paoleti no me kiso porke tengo demasiada imaginasión
aldiska no me kiso porke no voy más a la parrokia
normasi no me kiso porke está re chapa
mariekjo no me kiso porke los pleimovil no kieren a nadie
dalysfer no me kiso porke hago chistes negros
alvatros no me kiso porke hago chistes verdes
vi no me kiso porke me la paso hasiendo chistes
se no me kiso porke en el fondo odiava lo ke eskrivo
mu no me kiso porke ganó vocha en el kini 6
yoko no me kiso porke estava hasiendo otros planes

jueves, 26 de febrero de 2015

Últimos días de mi lompa



(…) Es que todo me sale alvezre, ¿viste? Es que, grone, ¡en este íspa de morondanga las namis no cazan mi onda, no cazan! Me ven como un cotur de alta sabiola y naso groso, medio yosapa, que de dope tiene un jotraba que le da de morfar.
            Pa colmo, cartón lleno, gueim ouver, man, el manduque acá es de cuarta. Me pica el bagre, me pica.

Ay, tocayo yoyega. ¡Dejá de hacerte el otario y batirme esas jodas berretas, sabandija! Se cae de maduro que si ni me ven como un compadrito langa, ¡pa dorima falta bocha! ¡Ni a palos casorio, gomía!
Antes del jonca, ¿me alcanzará la davi pa llamar a alguna mujica “mi jermu”? ¡Qué pastenaca!, dirá usté. Llorando la carta de nuevo, pero… ¿quién me chorea lo zapateado?

Antaño mi gualén era el trocén de mis levantes; la pinta era lo de menos, era. Con invitarlas un feca con chele y un cacho de ñorica, estaba todo okey, vamo pal fondo, finíshela varón, ¡cerrame la catorceee!
¡Mis sobes daban que hablar en las yecas de mi rioba! Pero esto no es mi rioba; la juego de visitante en este patilludo yotivenco, lo sé. Acá hace un ofri que pa qué te cuento y a veces quiero agarrar el jetra, los puchos, hacerme la jaliva, y volverme con la frente marchita.

Ya ni tengo el quilombo de allá, ¿te acordá? El quilombo ese con el cafisho del toga medio bagarto que me encaré a la bartola; sabrá el Tata pa qué. ¡Al divino botón me lo encaré! Pero qué dandy, chambón, qué dandy, papá.

A veces maquino que en la cheno, cuando estoy choborra y discuto pavadas con algún boncha, me va a pescar la yuta y me va a pasear en su roca pa acabar siendo un sopre. Pero vos me zarpaste la chafi, no me voy never de bifes, soy un gonca cero ka eme, soy. Y contamelá esa de que encajé en cero pogrus; ¡estoy más solo que un rope, estoy! Qué depre, vejete. Si fuera más poronga toda esta cantinela se finiquitaría en un periquete.

Y no quisiera pishar muy arafue del rota pero desde que me anclé en el diome de esta city todos los elementos que pispeo son un escracho. ¡Ni una papusa te veo! ¡Todos loros!

¿Y boston? ¡Chamuyate algo tuyo!, ¿querés? ¿Hiciste sonar la viola? Cuando me las piqué no dabas pie con bola ni con el toc-toc. ¡Ni tilín-tilín! ¿En qué capítulo me taré? ¿Despegó el musiquero del Bajo? Acá se jode con la zarzuela hasta en la sopa. ¡Me tienen podrido, me tienen!

Che, ¿y esa pebeta por la que tanto bardo hice? ¡Me tenía todo el santo domingo con el clarinete hecho un obelisco! ¿Sigue yirando la loca? Sí, narigasnada narizota, ya sé que estoy piantao, piantao, piantao.

En fin, delfín, acá no sapa naranja. Por eso, de sopetón, te enchufo otro pelpa con mis mamarrachos. Pa parlarte de cómo añoro al dorique gotán. O de cómo el trompa ortiba me ficha con jeta de garca y en cualquier soplo me raja. De que no tengo un sope doparti al diome. De que ni por asomo hay soques copantes ni zochoris pulentería. De que mis zolcilloncas tienen unos buracos de re novela. O de los últimos días de este pituco lompa de manfloro que me navidaste.     

Desde la mequetrefa loma de los ojetes multicolores,
se le brinda de álbum lleno…


Bochita Santi Sanjurjo



**


2009: Finalista del Concurso de Cuentos “Roberto Fontanarrosa”. Editorial: Trazo Literario. Coordinadora: Lía Villafañe.





sábado, 21 de febrero de 2015

Paolo Luiggi Reginato




Nació en Castelcucco, Italia,  el 19 de junio de 1913. Hijo de Anunziata Migliorini y Giusepe Reginato, tuvo once hermanos. Luisa, una de sus hermanas mayores, emigró a la Argentina antes de la Segunda Guerra Mundial.
Hizo la escuela primaria hasta sexto grado y después tuvo que dejar. Sin embargo, con el tiempo, se convertirá en un gran lector.
Hasta cumplir veintiún años vive en Castelcucco y allí trabaja en el campo de su padre, donde aprende a destilar el vino hasta sacar grapa (el pueblo donde nació se encuentra muy cerca del Monte Grapa, que le da nombre a la bebida). Tenían ganado, sembradíos y también operarios para realizar algunos trabajos.
Hacia 1919 muchos chicos se dedicaban a juntar fierro viejo que quedaba de las batallas, que luego vendían como chatarra, ya que la situación económica en ese momento no era buena. Este será el primer trabajo de Paolo fuera de su casa.
Poco tiempo antes de la Segunda Guerra Mundial la familia pierde sus campos al salir el padre de Paolo como garantía a unos fabricantes de cal, cuya empresa quiebra. De la noche a la mañana se encuentran sin casa y sin trabajo, lo cual hace que todos deban trabajar, ahora como peones.
Por esa época nace la amistad con Giusepe Zanesco, quien luego sería su suegro.
Hace la colimba con varios años de atraso. Le toca ir a Abisinia, que era una posesión italiana en África, donde completa dos años de conscripción.
Cuando vuelve del servicio militar trabaja en la construcción del mausoleo en homenaje a los caídos durante la Primer Guerra Mundial, en el Monte Grapa. También en Bresanonne construyendo una usina eléctrica subterránea para varios países y, además, en un aserradero.
En 1939 es incorporado a un regimiento de artillería para participar de la Segunda Guerra Mundial. Lo envían con su regimiento al norte de África. A poco de iniciada la batalla es tomado prisionero de los ingleses junto a otros veinte mil italianos, en un lugar cercano a Tobruk (Libia). Desde allí lo envían en caravanas hasta Palestina, posesión inglesa en ese momento. Llegan a Belén en Navidad y los alojan en un campo de concentración. La gente del lugar les tiraba naranjas y cebollas, que eran recibidas por ellos como manjar y escondidas bajo la tierra.
Luego de un tiempo los mandan a otro lugar también dominado por los ingleses: la India. Otra vez en campo de concentración con un adicional: allí contrae la malaria, de la que logra salir bastante bien. De la India lo llevan hasta Hay, Australia. En ese lugar lo encuentra el fin de la guerra.
De su estancia en los campos de concentración, recordaba el grado de organización que tenían los ingleses, a quienes no apreciaba en lo más mínimo, al punto de no haber aprendido una sola palabra del inglés, a pesar de haber convivido con ellos unos siete años.
En esos años, él y compañeros prisioneros, habían armado una pequeña destilería de grapa clandestina y hasta habían planeado una fuga de campo que no llegó a concretarse. En la etapa final de su prisión les permitían trabajar en granjas, para hacer más llevadera la cosa.
Al finalizar la guerra debió permanecer un año más en Australia debido a que el gobierno italiano no contaba con buques para buscar a los prisioneros de guerra. Por esta razón decide emigrar ni bien le sea posible.
Le habían ofrecido quedarse en Australia. Le daban casa, trabajo y vehículo, pero como fue su último lugar de prisión y él odiaba todo lo que estuviera vinculado con Inglaterra, les dio un rotundo “no” como respuesta.
Cuando llegó a su tierra de origen no quedaba nada: Italia estaba totalmente destruida, no había trabajo, la pobreza era enorme, y hasta había desaparecido uno de sus hermanos en Rusia durante la guerra. Frente a ese panorama, decidió en 1948 partir a la Argentina, ya que tenía a su hermana Luisa radicada en Villa Arias, cerca de Bahía Blanca, sur de la provincia de Buenos Aires. En ese lugar se instaló. Construyó con sus propias manos una casa, trabajó en una mina de arena, y se empezó a cartear con su novia Antonieta Zanesco, que había quedado en Italia.
En 1951 se casa con Antonieta por poder. Ella llega a la Argentina recién al año siguiente porque pierde el barco que el gobierno argentino (de Juan Domingo Perón) había mandado a construir en Italia y en su primer viaje a la Argentina traería gratuitamente a familiares de empleados del estado.
En 1953, en Villa Arias, nace la primera hija de ambos: Juana María Reginato.
Durante algunos años tuvo un criadero de pollos (llegó a tener alrededor de quinientos), con la intención de poder dedicarse de lleno cuando se jubilase. Pero en tiempos en que era ministro de Economía Martínez de Hoz tuvo que cerrar a raíz de que se importaban huevos de Israel —que eran mucho más baratos— y esto hizo que las ventas cayeran y fuera imposible comprar el alimento necesario para las gallinas.
Consiguió luego un trabajo como civil en la Base Naval Puerto Belgrano —en la panadería—, y nuevamente pudo levantar con sus manos otra vivienda, esta vez en la ciudad de Punta Alta, donde nacieron el resto de sus hijos: Adelia, José, Juan y Daniel. Permaneció en esa casa hasta el final de su vida.
Peronista de alma,  hizo los trámites para poder votar como extranjero porque sostenía que si vivía en la Argentina tenía que votar en su país de adopción.
Don Pablo, como se lo conocía en Punta Alta, se movilizaba siempre en bicicleta. Era muy querido por los vecinos, cultivaba su quintita, y regalaba verduras a todos.
En una oportunidad se le ocurrió comprar incubadoras y criar pollitos. Antonieta le decía que eso no iba a funcionar, pero él siguió adelante. Hasta que el emprendimiento se fundió.
Colaboró con los problemas del barrio. Por eso, entre otras cosas, formó parte de la Cooperadora de una escuelita, donde estudiaron sus hijas Juana y Adelia. Allí trabajó muchísimo, y era común que se peleara con algunos, porque defendía lo que a él le parecía que era lo correcto. En el patio de la escuela, las noches más calurosas, proyectaban películas a las que asistían las familias del barrio.
En los veranos iba con su familia de excursión a Pehuen-Có, una playa cercana a Punta Alta. Tanto le gustó el lugar a Paolo, que adquirió un terreno. Cuando falleció estaba por inaugurar una casa que entre él y su hijo José habían logrado levantar luego de años de esfuerzo.
Los domingos, Don Pablo amasaba la pasta y Antonieta preparaba el tuco. Nunca faltaba algún invitado.
Cuando le llegó la jubilación, en 1983, viajó por primera vez a Italia, después de cuarenta años de ausencia, donde fue recibido como un duque por sus hermanos. Cuando volvió a la Argentina, empezó a tener algunos problemas. Un día, a fines de 1985, estaba leyendo el diario y se dio cuenta de que no veía de un ojo. Acudió a una consulta médica y le dijeron que padecía un derrame. De a poco fue empeorando hasta que quedó internado, y falleció el 18 de enero de 1986, a los 72 años, en la ciudad de Punta Alta. Su familia entera y todo el barrio lo lloraron.



***

Noviembre 1999

miércoles, 11 de febrero de 2015

El retorno de la dama blanca




Buenos Aires, 10 de mayo de 2002.

Marcela, la primer “estatua viviente” femenina de la Argentina, volvió a la calle Florida. Su regreso se produjo el viernes 10 de mayo, doce minutos antes del mediodía, luego de casi tres años de ausencia. Esta morocha, soltera, de 35 años, se ubicó a metros de la entrada principal de Galerías Pacífico.
           
            Recibió saludos de las chicas que trabajan en Cheeky, local de ropa para niños, y de un guardia de seguridad de Galerías Pacífico. También el de John, el personaje más antiguo de la cuadra. John, su verdadero nombre es Juan, trabaja como lustrabotas en la esquina de Florida y Córdoba hace más de 20 años.

            Marcela trabaja de “estatua viviente” desde hace diez años. Ernesto, uno de sus mejores amigos, fue pionero en el arte de pintarse de blanco las partes visibles del cuerpo y utilizar una vestimenta del mismo color. 
Ernesto viajó a España a comienzos de 1990 con la intención de estar un mes y conocer ese país. Y se quedó dos años.
Barcelona le cambió la vida. Allí descubrió dos formas de hacer arte desconocidas en Argentina. El arte de imitar estatuas, las denominadas “estatuas vivientes”, y la “performance de la disco”. La “performance de la disco” consiste en la actuación, que incluye canto y baile, de un grupo de personas que representan a determinados personajes según la ocasión. Por ejemplo: todos los artistas interpretan a distintos animales en “La Fiesta de la Selva”, nombre de uno de los tantos espectáculos. Se realiza en boliches, en diversos horarios de la noche.

Después de dos años de residencia en España decidió traer esas dos ideas a la Argentina. El espectáculo de la “performance de la disco” tuvo rápida aceptación en Buenos Aires. Para llevarlo a cabo contó con la ayuda de Marcela y de otros amigos.
El espectáculo de la “estatua viviente” no fue, en cambio, bien recibido. La primera vez que Ernesto se disfrazó de estatua se paró enfrente del Obelisco y recibió escupitajos e insultos. Intentó su show en La Boca, pero fue expulsado por los artistas plásticos.
           Finalmente pudo posicionarse, sin problemas, en Plaza Francia (en el barrio La Recoleta) junto con Marcela. Los curiosos dejaban varias monedas en las gorritas que ambos colocaban debajo de sus albinos pies.

            Luego de unos meses, ella mudó su espectáculo a la calle Florida. En ese sitio trabajó, sin días ni horarios fijos, desde 1996 hasta 1999. Ese último año abandonó Florida y su espectáculo debido a la pelea que tuvo con un colega.  
            Un día de junio de 1999, un hombre, con vestimenta dorada y maquillaje de idéntico color, posó al lado de ella. Marcela imaginó que ese hombre, de nombre Alejandro, era nuevo en esto. Entonces le explicó que “existen códigos que se deben respetar”, que su show lo podía hacer “unos metros más lejos”. El “hombre dorado” le había hecho bajar su recaudación debido a que, ahora, “la novedad era él”. Alejandro, 41 años, ex entrenador de vóley y ex profesor de Educación Física, le restó importancia a los reclamos de la “dama blanca” y siguió instalándose cerca de ella. La paciencia de Marcela duró un mes. Florida estaba repleta de vendedores y artistas, cada cual ocupaba un lugar específico, y “no quedaba otro espacio bueno en esa zona”; además, ese era “su lugar”, se lo había ganado.
            Abandonó Florida y su show callejero. Le dedicó más tiempo a la carrera que estudia, Profesorado de Expresión Corporal, y a depender del escaso sueldo que recibe trabajando en una empresa que vende computadoras. Sueldo que, hasta el año pasado, le alcanzaba para comer y pagar sus estudios. Hoy ya no le alcanza. Por esa razón ha decidido volver a la calle Florida.

            Marcela ahora sonríe. Le quedan dos materias para recibirse. Y Alejandro está, pero lejos.

 

Yanketruz, el trovador





Es tataranieto de un cacique ranquel, recorrió el mundo con su guitarra y fue amigo de Pablo Neruda. En la actualidad vende discos con recitales que dio en el exilio.

por Pablo Mereb


La sala de profesores de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (ubicada en Puán 480) es el lugar elegido para la entrevista. Ahí está, en la puerta, Yanquetruz (que en lengua mapuche significa “gente que va lejos y rápido”). Es algo obeso y de mediana estatura. Lleva su pelo hasta los hombros, la barba crecida, lentes gruesos pegados con cinta adhesiva, una chomba a rayas gastada, un pantalón vaquero y un bolsito negro.

Nació el 23 de abril de 1936 en Arequito, provincia de Santa Fe (el mismo pueblo de la cantante Soledad). Su padre era un descendiente de italianos que se dedicaba a la pintura decorativa de iglesias y mansiones en la ciudad de Buenos Aires. Un día decidió partir hacia el sur de Santa Fe. “Iba como aventurero y conoció a mi madre que era una indígena, bisnieta del famoso cacique Yanquetruz de la tribu de los ranqueles, tribu influenciada por los mapuches, que ocupaba la actual provincia de La Pampa, el sur de Córdoba y el sur de San Luis”, explica con entusiasmo.

Y amplía sobre su antepasado: “En 1836, a los 65 años, se enamoró de la hija adolescente de un cacique de la tribu. Y se tuvo que ir, porque eso estaba mal visto entre los indios. Vivió sus últimos años en lo que hoy sería Arequito. Ahí nació mi madre, mis cuatro hermanos y yo. Pero desgraciadamente no nos quedamos allí. Tuvimos que escapar por deudas de juego de mi padre”.

- ¿Dónde se fueron?

- A San Pedro, en 1943. Allí mi padre me enseñó a pintar a los golpes. Para los tanos es normal pegar. Además, empezó mi apasionamiento por la música clásica escuchando la radio. A los 9 años me llevaron con una maestra de piano. Y fui progresando hasta que a los 14 años mi padre me sacó del piano... Y yo quedé con una pena enorme.

- ¿Por qué te sacó del piano?

- Me dijo que era mucho el conservatorio y el colegio nacional. Y mi tío, un anarquista que me formó intelectual y espiritualmente, me contó la verdadera razón recién a los 20 años. Un vecino le dijo a mi padre que todos los que tocan el piano son putos. Y como era un acomplejado “de la gran siete” me sacó inmediatamente. ¡Para defender el honor familiar! (se ríe).
*********

Abre una botellita de agua tónica y, después del primer trago, recuerda el hecho que le cambió la vida: “A los 15 años escucho por la radio a un hombre que tocaba folklore con una jerarquía que mi oído supo distinguir. Estaba frente a un tipo especial que cantaba zambas. ¡Y eso que a las zambas las consideraba una mierda! ¿Quién era? Atahualpa Yupanqui. Le pregunté a mi tío cómo hacía para encontrarlo en Buenos Aires. Y me advirtió que ni lo intentara. Porque Yupanqui era, como cualquier artista, un jodido.
*********

- ¿Viniste igual a Buenos Aires?

- Vine a los 18 años a estudiar Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Cosa que me metieron en la cabeza mis padres, porque yo hubiera querido estudiar pintura. Estuve adentro de la universidad durante catorce años, pero no estudiaba. Me iba tres años a México, volvía, estudiaba un año y al otro me iba a Brasil. Y terminé dejando, obvio.

- ¿Y qué ibas a hacer a esos países?

- Iba a cantar. Mi tío me aconsejó que, si quería aprender a tocar la guitarra y ser un buen payador, tenía que caminar todo el país. Me sugirió: “Si vas a Tucumán, hacé la zafra; si vas a Mendoza, hacé la vendimia; si vas al norte, cuidá las cabras. Siempre vas a encontrar algún guitarrero cantor. Acercate a él”.

- ¿Seguiste su consejo?

- ¡Claro! Hice de todo. Me fui a Tucumán y corté caña. Aré campos, hice la zafra, la vendimia y en Santa Fe trabajé en las minas de los valles Calchaquíes. Todo para estar al lado de algún guitarrero. Después empecé a viajar por toda América. El debut lo hice a los 20 años en un Café Concert de Bahía (Brasil). Mientras esperaba mi turno el dueño se dio cuenta que estaba nervioso y me mandó a una sala a tomar unos tragos. Cuando empecé el show estaba borracho pero tranquilo. Sabía que tocaba bien con las copas.

- Y a partir de ahí, ¿empezaste a ganarte la vida con los recitales?

- Ahí empecé a tocar pero, como no eran muy continuados esos recitales, inventé una cosa que era permanente. Cantaba puerta a puerta, como quien vendiera libros o naranjas. Iba por las casas y me presentaba: “Buen día. Soy un cantor de Argentina. Yo canto, no el tango, sino la música del interior del país, por ejemplo la zamba”.

- ¿En qué lugares hiciste esto?

- Por toda América, de México para el sur. Lo indispensable era huirle a la clase media. La clase media es vulgar y miedosa. Yo iba a los lugares aristocráticos. La clase alta no le tiene miedo a nada porque domina el mundo con su plata. Cuando un burgués de esos te deja entrar no te da un peso. ¡Te da mucha guita! Estaba como máximo veinte minutos y tocaba dos o tres piezas nada más.

- ¿Qué país te gustó más?

- Chile, sin dudas. Viajé allá durante toda la década del ´60. Cantaba en peñas y después casa por casa. En esa época, cuando recién triunfaba la revolución cubana, nos hicimos grandes amigos con Pablo Neruda. Siempre que iba pasaba por su casa. No entraba cualquiera a lo de Pablo. Recién me empezaron a recibir seguido cuando me hice amigo de su mujer (Matilde Urrutia) que amaba la música clásica tanto como yo. Cada vez que llegaba a su casa, Neruda se ponía a recitar: “Aquí viene el trovador, con la música de otra parte”. Era como un eslogan que tenía con mi llegada. Yo lo quería como un padre... Eran los ‘70 y me quedé unos tres años en Chile.

- ¿Por qué tanto tiempo?

- Porque en Chile había triunfado en ese momento la Unidad Popular de Salvador Allende. Acá yo estaba mezclado con la gente que empezaba a movilizarse antes del Cordobazo. Todos sabíamos que en Argentina se estaba por venir una muy jodida y en mis recitales hablaba mucho, era un publicista del pensamiento de izquierda. No lo pensé y me fui a Chile. Neruda había sido nombrado embajador de Chile en Francia, así que sólo tuve tiempo para saludarlo. Allende me llamaba “el trovador”. Muchos me llamaron, a partir de Neruda, “el trovador”. Y trabajé como guitarrero. Después vino la caída de Allende, que fue un complot encabezado por Norteamérica. Las Naciones Unidas se portaron bien y me llevaron a París.

- Supongo que en el exilio no te quedaste únicamente en París...

- Sí. Recorrí toda Europa cantando. En Toulouse (Francia) llegué a dar 36 conciertos en un mes. Salía como zombie después de las actuaciones. Viajé dos veces, en el `79 y en el `80, a Estados Unidos a cantar en universidades, porque conocía a profesores de la universidad de Harvard (Cambridge, Massachussets). Y viajé dos veces a Cuba, donde me hice amigo del poeta cubano Nicolás Guillén.

- ¿En qué año volviste a la Argentina?

- En 1985. Cuando regresé la música no anduvo. Acá todo lo dirigía Norteamérica. Y como no pude trabajar de músico, desarrollé mis conocimientos de pintura y empecé a pintar letras en las vidrieras de negocios. ¡Se ganaba mucho con este trabajo! Volví a ver Buenos Aires, leía y ganaba para vivir. Estaba tranquilo, hasta 1995.

- ¿Qué pasó en ese momento?

- ¡La tecnología pasó! Las letras se empezaron a hacer con una máquina de computadora llamada Plotter. Y se paró todo. Mi amiga Elsa Kelly, del partido radical, me ayudó mucho: me dio una casa en el barrio de Palermo que pertenece a la municipalidad. Vivo ahí y no pago nada. Eso me mantiene. Después, en la calle vendo compacts de presentaciones mías durante el exilio.

- ¿Fue idea tuya vender discos de tus actuaciones?

- (Piensa.) No, en realidad fue de Ulises, un chico que conocí acá, en la facultad. Él me comentó que en Rosario yo era muy conocido. No le creía, pero cuando fui me di cuenta que era cierto. Resulta que alguien tenía un casete mío y lo pasaba siempre en la radio. Era un casete grabado que debo haber vendido en algún concierto. A partir de ese momento, Ulises me sugirió pasar a CD recitales que yo tenía en casetes. Y ahí empecé a vender. Eso, junto con las clases de guitarra que doy aquí, me van salvando.
*********

Abre su bolsito y saca una carpeta para mostrarme recortes de diarios donde está junto a varias personalidades de la cultura. Se lo ve, por ejemplo, con su amigo Pablo Neruda o al lado de Jorge Luis Borges. Me queda una última pregunta.
*********

- ¿Cuál es tu verdadero nombre?

- Yanquetruz, pero podés llamarme ´el trovador`.



Noviembre 2005




___


2005: Publicado en la revista “El Fisgón” en el mes de diciembre. Artilaria (Niceto Vega 4629, Cap. Fed.)
http://fisgones.blogspot.com.ar/