viernes, 5 de junio de 2020

“Muerto al llegar” (DOA, 1988), una de mis favoritas




Dexter Cornell (Dennis Quaid): I forgot how to appreciate life. Is too late for me.

Sydney Fuller (Meg Ryan): This is life. Right here, right now. Take it.







Sí, no es un prodigio de guion.
    Sí, tiene pinta de típica peli de sábado a la tarde en el 13, “como pa’ pasar el rato”.
    Sí, no actúan Pacino o De Niro, ni ningún guachipulenta de esos que aseguran actuaciones descollantes.

    Sí, la dupla Annabel Jankel & Rocky Morton, antes al mando del mítico tv film ciberpunk “Max Headroom”, antes especialistas en videoclips (“Accidents will happen”, Elvis Costello; “Blind”, Talking Heads; “The enemy within”, Rush; “Decoy”, Miles Davis), no volvió a producir gran cosa. (“Super Mario Bros.” —1993—, primera adaptación de un video juego a la pantalla grande, fue un fracaso de crítica y de público, y ni siquiera la pasaron mucho los sábados a la tarde en el 13. Quizá fue hecha solo para vender ese soundtrack de puta madre: Roxette, Queen, Megadeth, Joe Satriani, Divinyls, Extreme, Charles & Edie, George Clinton). 

















    Pero (los “pero”, amo los “pero”)... 
    Le creés todo a Dennis Quaid. 
    Charlotte Rampling pareciera decirte “sí, estoy en otro noir, pongo esta caripela de señora jai society y ya te legitimé media cinta, papá”. 
    Es fundamental el personaje de Meg Ryan (a un año de su consagración definitiva con “Cuando Harry conoció a Sally”, para mí la mejor comedia romántica hollywoodense). 
    La musicalización de Chaz Jankel (ex Ian Dury & The Blockheads y hermano de la dire) es sublime. Genera climas a cagar. Amo a Nino Rota, Ennio Morricone, Giorgio Moroder, Gustavo Santaolalla, Bill Conti. Pero (“peró, peró, qué grande sos”) lo que hace aquí Chaz es cosa seria y no veo que integre listas de los mejores. En la peli también se escuchan “Rebel Yell”, de Billy fuckin' Idol, y la épica “Don´t bag the drum”, de The Waterboys (“This is the sea” es el álbum que contiene este temón; “Este es el mar”, nouvelle de Mariana Enríquez, es uno de mis brolis favoritos. Mariana se inspiró en Mike Scott, el frontman de The Waterboys, para crear a su James Evans. Las Luminosas, criaturas no humanas, se alimentan de la devoción de las fans de rock. Helena es la encargada de convertir a James en Leyenda, antes de que las Imagos lo agarren y lo condenen a una vida desgraciada y el olvido). 











    DOA (1988) es remake de DOA (1949). La original es excelente. De todos modos (no solo se vive del “pero”), no llego a empatizar y creo que la clave está en la banda sonora. En la de 1949, la música parece burlarse del personaje, iría mejor para una comedia. 



    Dexter Cornell (Dennis Quaid) es un profe de Literatura cínico, resignado, alcohólico; alguna vez la pegó con un broli y ya no es lo que era (sí, sí, cliché total, ¿y?). Su mejor alumno cae desde la terraza y se hace pija contra el pavimento. Tras que eso le dio por las rebolas, pronto se entera que ingirió un veneno y le queda un día y pico de vida (otro cliché, ¿algún problemita, gil?). Entra en la casa de su exesposa y esta cae, literalmente, muerta en sus brazos. Sí, es indudable, el profe ha tenido mejores días.  



    La fotografía se va oscureciendo a medida que se le acaba el tiempo al protagonista. “Pero” (porque siempre vuelve, porque nunca se fue) ahí está el personaje de Meg, para que la historia no sea solo un bajón tras otro.



    Empieza con un trueno. Lluvia. Noche. Violines mágicos de Chaz le dan paso a una melodía ochentosa liderada por bajo y batería. Dexter avanza con dificultad, lleva la manga del saco desgarrada. Entra a la comisaría, se apoya de manera torpe sobre el mostrador y esto provoca la caída del arbolito de Navidad. 
    —Amigo. Pareces muerto —dice el cana. 
    —Quiero ver a Brockton. O a Ulmer —dice Dexter. 
    —¿Para qué? —pregunta el cana. 
    —Por un asesinato —contesta Dexter.  
    —¿A quién mataron? —quiere saber el cana. 
    —A mí —remata Dexter. 


















viernes, 30 de noviembre de 2018

Algo en la forma en que se mueve



Pensé: “Si Paul y John pueden escribir una canción, todos los demás pueden hacerlo”
George Harrison

Mis primeros recuerdos con la música datan desde muy pequeño. Mis padres contaban con algunos discos y varios casetes.
Mi viejo tenía una mezcla bastante ecléctica. De su colección, lo que más llamaba mi atención era la tapa de un casete de Fausto Papetti: una mina en tetas tocando el saxo.
Mi vieja tenía los de Sergio Denis. La tía del famoso cantante vivía a pocos metros de la casa de los nonos maternos en Punta Alta. Con Héctor Omar Hoffman (el verdadero nombre de Sergio) mi vieja compartió algunos juegos y bailes.
Además de álbumes de sobrinos de vecinas, escuchaba otras cosas; los casetes de ella que me fascinaban eran: Lo mejor de Sui Generis y The Beatles 20 éxitos de oro. Por supuesto, también le daba mucho play a un casete que habían comprado para mí y mi hermano: Canciones para chicos, de María Elena Walsh.
De los 20 éxitos de The Beatles, las canciones que más me gustaban eran las únicas dos firmadas por George Harrison (Something y Here comes the sun).
El amor por George iba más allá de toda razón.
Años después me enteré que mi beatle iba a sacar un disco. El primer corte era Got my mind set on you. El videoclip desfilaba por los cuatro canales de aire que con mucho esfuerzo nuestro Noblex blanco y negro, catorce pulgadas, podía agarrar. Ahí estaba, recanchero, el beatle silencioso, sentado en el cómodo sillón de una habitación, con su guitarra eléctrica, rodeado de cabezas de animales que cantaban el estribillo y un pajarito que saltaba al ritmo de la batería.
Recuerdo que pasaban el video en programas de sábado al mediodía dedicados a videoclips.
El segundo video del álbum lo vi por primera vez en una serie de canal siete (en esa época, ATC) llamada Los copiones. Hay poco material sobre ese programa en la web y nadie parece acordarse que existió. Actuaban los experimentados Diana Maggi y Pachi Armas, y otros que se estaban anotando sus primeros porotos, como Nancy Anka.
La canción era When we was fab y su letra hablaba claramente de The Beatles. En el video aparecían Ringo Starr, Jeff Lynne y Elton John. En la serie hacían como que uno de los pibes soñaba con ese videoclip, se despertaba y decía: “George, ¡vos también sos un copión!”. ¿De quién supuestamente se copió esta vez? ¿George tuvo que enfrentar otro juicio por plagio luego de My sweet lord? Para nada. Supongo que la idea era insertar ese video como sea, porque garpaba.
Ese programa transcurría en una escuela de música; en determinado momento de cada capítulo algún niño o joven cantaba una canción, en general del repertorio argentino, siempre temas de otros; ellos, “Los copiones”, los capos, los buenos, limpitos, formales, artistas, héroes, tenían unos temibles enemigos: los malos, punks, sucios, vestidos de negro, con crestas, raros peinados nuevos, cabelleras multicolores, tachas, cuero, actitud desafiante, se llamaban… ¡“Los originales”! Bastaba que un personaje esté de negro para que se lo considerase punk; y punk en esa ficción era lo errático, la perdición.

1987. Salíamos con mi padre de ver Johny Tolengo, el majestuoso en uno de los cines de peatonal Lavalle.
Después de comer en el Pumper Nic un Mobur (sánguche de jamón, queso y huevo frito) y unas Frenys (papas fritas) entramos en un local de música. Esos típicos de peatonal Lavalle, angostos y largos.
Encaré hacia el vendedor y le pregunté si me podía dar el de George Harrison. Apenas podía asomar mi bochita, el mostrador me quedaba alto. El vendedor, muy en forro, me preguntó:
—¿Cuál?
—¡El de Shor Jarrison! —insistí.
—Sí, ya sé. Pero cuál de todos sus discos.
En esa época no tenía registro de la obra solista anterior de mi beatle favorito. Yo qué mierda iba a saber que este era su undécimo LP. Igual, un idiota el tipo, pésimo vendedor. Era un álbum que estaba de moda, lo primero que tenés que preguntar es si busco su último trabajo, lo que suena en todos lados, y no graznar “¿cuál?, ¿cuál?, ¿cuál?” como un pato rayado.
—¡El de Shor Jarrison! ¡El que era de los Bitle!
—Lo conozco. Lo que no sé es cuál querés de sus discos.
Hasta yo siendo muy pibe me daba cuenta que estaba enfrente de un imbécil.
Mi paciencia se agotaba. Se acababan mis recursos. Cuando de pronto, una chica que me sacaba dos cabezas y dos tetas faustopapettianas de ventaja, se dio vuelta. Estaba vestida con una campera negra de cuero, igual que su pantalón, remera negra, pelo largo oscuro con mechones de distintos colores, flequillo castaño que viajaba hasta un milímetro antes de las cejas, labios y uñas violetas, un aro zarpado por oreja, pulsera de tachas, olía rarísimo. La chica me miró y dijo:
—Perdón. Por casualidad, lo que estás buscando, ¿no es el último caset de Chorch Jarrison? Ese que tiene el tema copante de “a cat mamá se lo niu…”.
Mientras ladraba con pasión el hitazo del momento tiraba unos movimientos serpenteantes con la cadera. En la parte de “se lo niu” levantaba una pierna, la campera de cuero se le abría y podía ver cómo se le marcaban los pezones.
El forro detrás del mostrador miraba la situación incómodo. Yo estaba exultante y empecé a saltar gritando:
—¡Es ese! ¡Quiero ese!
Recién ahí el flaco sacó el casete de Nube 9. No tuvo que buscar mucho, no fue una tarea que lo haya obligado a sudar demasiado; como todos los álbumes de moda, lo tenía muy a mano. Mi viejo se puso con la tarasca y cuando me di vuelta para darle las gracias, ya no quedaban rastros de mi salvadora.







lunes, 12 de marzo de 2018

Entrevista en Entre Vidas 22/11/2017

Entrevista en Entre Vidas 22/11/2017



por Mauro Yakimiuk

miércoles, 22 de noviembre de 2017


Pablo Mereb: “Las que no podían faltar eran aquellas historias que tanto éxito habían tenido en sobremesas de familiares y amigos”





El escritor Pablo Mereb publicó el libro de cuentos La sexualidad de los Playmobil a través de la editorial Textos Intrusos y estuvo hablando con Entre Vidas del proceso de escritura y selección de los relatos que aparecen en el libro. Además, adelantó que tiene una novela policial con toques de absurdo que espera editorial para ser publicada.

¿Qué fue lo primero que escribiste que sentiste que era publicable?
A los doce años escribí varios cuentos en una máquina de escribir. Había uno que era buenísimo: una abuela malvada que quería eliminar a sus cinco nietecitos. Era zarpada en cruel esa abu, pero el mayor de los niños no se quedaba atrás. Supongo que me habré inspirado en algún cuento de Socorro! de Elsa Bornemann.
Durante años pensaba que ese había sido mi mejor cuento, que no saldría de ahí, y que nunca podría publicar nada. Hasta que en 1999 apareció “El monstruo”. Ese fue el primero que sentí publicable. Fue para el trabajo práctico final de Taller de Expresión I, en la carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA). Como en ese momento me daba vergüenza leer en público la profe Claudia Vespa lo leyó por mí. De los cincuenta y pico de la comisión había resultado su favorito. De hecho iba a integrar una antología de Eudeba ese año, pero me pedían que le sacara casi dos páginas de las siete que tenía, porque en esa antología solo entraban cuentos de cinco páginas. Ya en ese momento empezaban mis aires de divo y me rehusé, pues el cuento, argumenté, perdería sentido.
Años después, “El monstruo” siguió teniendo éxito en distintos ámbitos y en 2015 integró El mundo amaba a otras personas, mi primer libro. Es al día de hoy el texto que más satisfacciones me dio. Por alguna razón, una bomba, una sombrilla y un pie descalzo se convirtieron en la fórmula del éxito.

¿Por qué decidiste que tu libro de cuentos se llamara La sexualidad de los playmobil?
Nombro a mis viejos y queridos playmobil en muchísimos textos, no solo de este libro. Fueron los juguetes de mi infancia. Bah, no solo de mi infancia…
A la hora de buscar un título que pudiera representar al conjunto, tiré varias opciones sobre la mesa. De los veintiún textos, veinte transcurren en Buenos Aires y el restante es sobre un porteño que le hace preguntas demasiado porteñas a su nono de Punta Alta (provincia de Buenos Aires), por eso la mayoría de los títulos iban enfocados a eso, a Buenos Aires, a la porteñidad.
Ganó La sexualidad de los playmobil porque sentí que era el título que mejor le calzaba al espíritu del grupete de relatos. Lo de la porteñidad era más obvio, los playmo merecían estar en la marquesina y lucharon duro por ello.

En la contratapa el autor Raúl Haurat te define como un escritor cabal que lucha internamente para no perder la libertad de la infancia, ¿qué opinás de esa definición?
Y… Viste cómo es Raúl Haurat… Opino que tiene toda la razón del mundo y es un genio, de lo contrario hubiese borrado esa parte por la autoridad que me confiere ser el autor del broli…
En serio… De niño inventaba universos con mi hermano, primos, amigos y… no está bueno perder esa costumbre. En el camino uno se cruza con algunos docentes, jefes y gente poco amiga de la imaginación, gente que dice «madurá, madurá», y bueno, cuando entiendo que su definición de “madurar” se emparenta con lo conservador, lo solemne, el “deber ser” no sé qué, el cinismo, no puedo más que estar en un profundo desacuerdo. Jugar por jugar, loco, si no, ¿para qué vinimos a este mundo?
A los playmo les puedo cambiar cuellitos, muñequeras, sombreros. Con ellos invento personajes nuevos, son juguetes que dan más espacio a la creatividad. Después están los otros, los muñes de acción, los acotaditos, los He-Man, Thundercats, G.I. Joe, Dragon Ball, Power Ranger, Liga de la Justicia, o lo que sea; los caretas. Con los lego está todo bien, comparten ciertos códigos con los playmo, sus hinchadas son amigas.

¿Cómo fue el proceso de selección de los cuentos que aparecen en el libro?
Como siempre, organizo una especie de Eliminatorias. Como son relatos autobiográficos, textos de no ficción, anécdotas escritas con elementos de la literatura y el periodismo, el primer criterio fue ordenarlos de manera cronológica. Después eliminé a los que no estaban tan bien armados, a los que no les encontraba la vuelta; me tiene que copar el final de la historia, si no me copa, si no me produce algo, entonces chau, saludos, en unos años capaz nos vemos de nuevo.
Me quedaban cuarenta y cinco textos, si ponía todos el libro lo tenía que cobrar como $500, así que ahí surgieron nuevas reglas internas. Me di cuenta que tenía muchas historias de gente que moría; decidí que eran demasiadas. También saqué las pocas crónicas formales que tengo, nunca se acostumbraron a la informalidad de sus compañeras.
Las que no podían faltar eran aquellas historias que tanto éxito habían tenido en sobremesas de familiares y amigos. Si no agregaba la del muso, o la de la maldición gitana, iba a decepcionar fans.

¿Cuál es tu cuento preferido del libro y cuál el que destacan los lectores?
«Me cagué de risa con “En las entrañas del rey de los cabellos”», dijeron varios lectores. Ahí cuento algo que pasó en 1997. Fui con mi amigo Dany al Centro Schwanek, por el temita de la caída de nuestros cabellos. Nos echaron a patadas. Supongo que gusta porque describo toda la situación, que para mí fue bastante ridícula; creo que algunos lectores se han sentido identificados. La tensión en la sala de espera, que digan mal tu apellido, que tires un chiste y no se rían, que sientas que el martes te vas a quedar pelado, que te atienda un pariente del hombre lobo.
“El visitante diecisiete”, otro favorito de la multitud. Pablito frente a frente con un murciélago. ¿Qué hacer? Bueno, no debo ser el primero al que le pasó esto y tampoco debo ser el primero que le tiene terror a los murciélagos. Creo que el relato atrae porque no resolví aquella situación de la manera más convencional y práctica posible.
“La culpa fue del tío Kurt” está entre mis elegidos. Ahí me despacho con aventuras de la infancia, los primeros y los últimos asaltos, las peripecias en el Spinetto Shopping, las diferencias entre los ochenta y los noventa. En fin, fue muy divertido escribir ese capítulo. Otra que los Goonies, Cuenta conmigo, El club de los cinco o Stranger things…
Otro ubicado en mi top: “a mi gata nada y a mi amor”; no hay error de tipeo, se escribe así, todo en minúscula. Es una historia triste en un libro plagado de situaciones y personajes más vinculados a la risa y al disparate.

¿Qué libros o autores recomendarías?
Este año descubrí a David Safier, Sara Gallardo, Richard Brautigan, Sharon Olds. Hace poco terminé El arte de tirarse pedos de Pierre-Thomas-Nicholas Hurtaut.
Estoy leyendo, y me está encantando, Instrucciones para robar supermercados, de Haidu Kowski.
Otros argentos que leí este año y recomiendo: Nueces y refugios de Diego Tedeschi Loisa, Estrógenos de Leticia Martin, Al blues no se llega por felicidad de Raúl Haurat, La Strada de Marcelo Rubio, Este es el mar de Mariana Enriquez.

¿Cómo se dio la posibilidad de publicar nuevamente con la editorial Textos Intrusos?
Luego del rotundo éxito de mi primer libro, Hernán Casabella, el coronel general almirante de Textos Intrusos, me preguntó si tenía material para otra aventura. «¡Pus, claro, capitán!», contesté.
Busqué editoriales durante quince años, en 2015 Hernán me dio la posibilidad de publicar y yo a esa altura había acumulado un toco de textos. Algunos de ese toco calculo que valen la pena. Ahora quise probar con estos relatos autobiográficos y por suerte Hernán entró en el juego.

¿Qué sugerencia del editor Hernán Casabella considerás que fue fundamental para la publicación del libro?
Una sugerencia que está siempre en él es «publicá, mono». Que no dé más vueltas, que me deje de joder, que hay que escribir, publicar y hacer circular la cosa.
Después, otros detalles no menores, tipografía, cómo ubicar esas frases que encabezan cada historia, y hasta una pregunta acerca del que hubiese sido el último texto: «¿Qué es ese capítulo? ¿Qué quisiste contar? No entiendo nada». Lo saqué, obvio, no valía la pena, arruinaba el broli. El que quedó finalmente como último es el que habla sobre la sexualidad de los playmobil; hermoso cierre, divino, revelador, una pinturita.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Una novela que espera ansiosa su publicación hace siete años; en ella hay dos playmobil que son clave. Es un policial con toques absurdos que escribí mientras laburaba en un local de Once. No hay mejor consejo: para buscar inspiración nada como un laburito en Once; eso sí, olvidate de ganar buena guita…
También ando con otro libro de cuentos. Esta vez, de ficción. Me propuse un desafío muy complejo para este nuevo bello engendro: tratar de que no aparezca, ni se insinúe, playmobil alguno. Desafío jodido si los hay. Espero estar a la altura del acontecimiento.

















domingo, 11 de marzo de 2018

Hábito





Dieciocho treinta.

Ingresó por la ventana. Se probó ropa, escuchó unos discos, se preparó unos mates.

Cuatro horas más tarde, llegó la dueña y vio a una mujer durmiendo desnuda en su cama. Sonrío, por fin alguien la sacaba de su agobiante rutina. Alguien, quien demonios quiera que sea.

sábado, 10 de marzo de 2018

Cuestión de pie




(R): relator: Patricio Tobillero
(C): comentarista: Talón Pieyrredón
(PV): público visitante
(PL): público local
(L): locutor: Pierrot Zapata

(R): Como consecuencia de la falta cometida a Piegari, el jugador Pieters se dispone a patear el tiro libre directo con su famoso pie pequeño, repleto de callos y uñas encarnadas. Su esposa Consuela Patova, campeona de balombié femenino, observa desde la tribuna visitante, con la compañía del famoso representante de futbolistas Aquiles Drapie.

(C): Por los resultados de las otras canchas, ahora se sabe: empatar no le sirve a Pata Púfete. Hay cinco en la barrera de Atlético Traspié, que luce en su casaca “Patalín”, flamante nueva publicidad. Entre ellos, Musladini, con el tobillo a la miseria, y el Patón Patearnoster, que porta esos llamativos botines amarillo patito.
Se demora la ejecución por despelote en las tribunas. Vuelan patys y patatas fritas.

(PV): ¡OLÉ, OLÉ, OLÉ, OLÉ, PIE-TERS, PIE-TERS!

(PL): ¡PA-TA DURA! ¡PA-TA DURA! ¡PA-TA DURA!

(R): Vamos, chicos, que la redonda está ansiosa. Basta de esos psicópatas, que no son más que una maldita garrapata incrustada en el fémur de este bonito deporte. Vamos que Deportivo Pata Púfete se encuentra al pie del cañón y el jugador Pieters no quiere volver a meter la pata luego del penal errado en el primer tiempo. Sabe que él es una pieza importantísima para su equipo. Sabe que si acierta este tiro dejará una huella imborrable en las páginas de nuestro fútbol. Sabe que ante el clásico rival es una cuestión de piel. Piensa. ¿Dejará su habitual apatía de lado, el patilludo ídolo? Para ello deberá hacer hincapié en su conocida puntería, acompañada por un chumbazo impiesible.
Ahora parece haberse frenado el pataleo del público. Bien. Empieza la cuenta regresiva. Se lo nota decidido, el ídolo esta vez no tendrá piedad.

(L): ¿Pierde o gana? ¿Acierta o a las nubes? Sea como sea este tiro libre lo auspicia Paté “En el ángulo”. Pate “En el ángulo”, el paté pa’ no quedar zapatero.

(R): ¿Qué es eso que arrojaron? ¡Un lemon pie! Qué multitud de patanatas estos espectadores.  ¡Me tienen los talones hinchados! Me dan ganas de mandarlos al patíbulo a estos violentos. Yo digo… al menos empecemos con aplicar un poco de patafísica a esta cuestión, ¿no?

(PV): ¡HIJOS DE PATA! ¡HIJOS DE PATA! ¡HIJOS DE PATA!

(PL): ¡PIETER, COMPADRE, LA PATA DE TU MADRE!

(C): Con estos patáticos nada de patatín y patatán. Sin vueltas, ni un paso atrás. ¡Habría que chutarlos de las canchas a estos patanes, pata digo!

(R): El árbitro da la orden. Atención, va a patear, pateooo... ¡gooooooooooool! ¡Gol de Pieters! ¡Goooool de Pata Púfete! ¡Qué zapatazo, señores!

(C): De esta manera, Deportivo Pata Púfete ascendería por primera vez de categoría siendo el primer logro importante de esta institución. ¿Será el puntapié inicial de un club exitoso? Veremos, veremos...
Por lo pronto, me acaban de informar desde el campo de juego que el gran Pieters...
¡estiró la pata!

(R): ¿Y la señora Patova?

(C): ¡Plop! ¡Patas para arriba!

viernes, 9 de marzo de 2018

Biografía (publicada en La sexualidad de los playmobil -Textos Intrusos [2017]-)




Pablo Mereb
(Buenos Aires, 1978)
Casi Comunicador Social, conductor de radio, changarín y algo así como escritor. Habitante de la República Popular de Balvanera. Participó en diez antologías de cuentos y perdió en más de cincuenta concursos literarios. En 2015 publicó su primer libro de cuentos “El mundo amaba a otras personas” (Textos Intrusos). Conduce “Manual de Perdedores” en FM 107.1 Radio Zoe.  Prefiere el Genesis de Phil Collins al de Peter Gabriel. Escribe todos los días y se baña bastante seguido, como Ricardo Darín.

Prólogo (publicado en La sexualidad de los playmobil -Textos Intrusos [2017]-)



por Amalia Boccazzi

Una tímida palabra pone la llave en la cerradura y espera que otras palabras choquen con ella para vestirla y desvestirla. Maltratarla y mimarla. Achicarla y agrandarla. Y así abrir las puertas de una historia.
Estas palabras que hoy tengo entre mis manos escritas con libertad, despojadas de prejuicios, palabras jóvenes, frescas, graciosas, precisas, dulces, ácidas, palabritas, palabrotas, braspalas, cuentan historias. Historias escritas con un estilo muy merebiano: simples y profundas. Queribles desde el comienzo, cuando nos recibe un personaje entrañable, la supernona, capaz de dirigir una familia con la creatividad e inteligencia de un director de orquesta. Ella es la que nos invita a viajar por las páginas de un libro que es tan original como su título: La sexualidad de los playmobil.

            Pablo Mereb, un abridor de historias, mi querido alumno de 1° y 2° grado, ha dejado entre mis manos su nuevo libro, así como dejaba su cuaderno sobre mi escritorio para que yo leyera sus cuentos que eran excelentes.
            Con la emoción intacta y agrandada, al ver su nombre impreso en un libro de su autoría, y el orgullo renovado, quiero hacerle mi devolución:
                                                   
            Nota final: ¡¡¡¡Sobresaliente!!!!
            Deseo de todo corazón que tus palabras sigan chocando y soltando chispas de futuras historias. Aquí encontrarás una fiel lectora.

Texto de Contratapa (publicado en La sexualidad de los playmobil -Textos Intrusos [2017]-)





Donde hay niños existe la edad de oro y al leer “La sexualidad de los playmobil” uno abriga la sensación de retornar al lugar donde fuimos felices. Pablo Mereb hurga en la infancia y adolescencia de toda una generación pre-Millennials como un Homero que diseña su propia comedia griega en clave Ileven.
La década del ochenta retorna con ímpetu como contenedor de sus relatos, la riega de matices, se despereza y renace en su prosa. Pol da en la tecla e interpela a quien lo lee. Rememora sus historias con la destreza de un gran escritor y el regocijo de un niño en el recreo. Rasguea y canta bajo una ducha con el agua del calefón a medida. Sus frases tienen la musicalidad de una canción que reza en su bordón: “Los ochenta fueron el estribillo del siglo veinte”. El autor se corre de la figura del héroe, sus personajes desfilan y toman la posta con imperfecciones y tropiezos como forma de hacer frente a la vida.
Pablo relata con el rigor de quien llevó un registro mental de cada detalle vivido y se descubre jugando con playmobil entrada su adolescencia. ¿Y qué? Uno se reconoce en sus historias merebianas: el estoicismo de aceptar una calvicie ineludible, la expectativa hasta el final de una película en una sala despoblada, maldiciones gitanas, un gol fantástico que tendrás que revelar. Los invito a indagar en sus recuerdos a través de este libro. Pablo Mereb lo hace con la hidalguía de quien no ha desatendido su última partida, que no renuncia a dejar de jugar. Un escritor cabal que lucha internamente para no perder la libertad de la infancia.

Raúl Haurat

Al final termina que la matan





En aquella manifestación de New York logró escabullirse entre la multitud.
Fue durante dos temporadas una estrella del montón en Hollywood.
Sorteó, no sin algún raspón, los peligros del Amazonas.
Pasó por el Big Ben justo a tiempo.
Transpiró la camiseta en el desierto del Sahara.
Se probó el traje de Dios sobrevolando Los Andes.
Tuvo tiempo para el amor con fondo de Torre Eiffel.
Sus ojos se drogaron admirando las pirámides de Egipto.
Bailó en Río, escasa de ropas, como una garota más.
Paulinha reconoció la herida que le había propinado aquella vez.