Marcela,
la primer “estatua viviente” femenina de la Argentina, volvió a la calle
Florida. Su regreso se produjo el viernes 10 de mayo, doce minutos antes del
mediodía, luego de casi tres años de ausencia. Esta morocha, soltera, de 35
años, se ubicó a metros de la entrada principal de Galerías Pacífico.
Recibió saludos de las chicas que
trabajan en Cheeky, local de ropa para niños, y de un guardia de seguridad de
Galerías Pacífico. También el de John, el personaje más antiguo de la cuadra.
John, su verdadero nombre es Juan, trabaja como lustrabotas en la esquina de
Florida y Córdoba hace más de 20 años.
Marcela trabaja de “estatua
viviente” desde hace diez años. Ernesto, uno de sus mejores amigos, fue pionero
en el arte de pintarse de blanco las partes visibles del cuerpo y utilizar una
vestimenta del mismo color.
Ernesto
viajó a España a comienzos de 1990 con la intención de estar un mes y conocer
ese país. Y se quedó dos años.
Barcelona
le cambió la vida. Allí descubrió dos formas de hacer arte desconocidas en
Argentina. El arte de imitar estatuas, las denominadas “estatuas vivientes”, y
la “performance de la disco”. La “performance de la disco” consiste en la
actuación, que incluye canto y baile, de un grupo de personas que representan a
determinados personajes según la ocasión. Por ejemplo: todos los artistas
interpretan a distintos animales en “La Fiesta de la Selva”, nombre de uno de
los tantos espectáculos. Se realiza en boliches, en diversos horarios de la
noche.
Después
de dos años de residencia en España decidió traer esas dos ideas a la
Argentina. El espectáculo de la “performance de la disco” tuvo rápida
aceptación en Buenos Aires. Para llevarlo a cabo contó con la ayuda de Marcela
y de otros amigos.
El
espectáculo de la “estatua viviente” no fue, en cambio, bien recibido. La
primera vez que Ernesto se disfrazó de estatua se paró enfrente del Obelisco y
recibió escupitajos e insultos. Intentó su show en La Boca, pero fue expulsado
por los artistas plásticos.
Finalmente pudo posicionarse, sin
problemas, en Plaza Francia (en el barrio La Recoleta) junto con Marcela. Los
curiosos dejaban varias monedas en las gorritas que ambos colocaban debajo de
sus albinos pies.
Luego de unos meses, ella mudó su
espectáculo a la calle Florida. En ese sitio trabajó, sin días ni horarios fijos,
desde 1996 hasta 1999. Ese último año abandonó Florida y su espectáculo debido
a la pelea que tuvo con un colega.
Un día de junio de 1999, un hombre,
con vestimenta dorada y maquillaje de idéntico color, posó al lado de ella.
Marcela imaginó que ese hombre, de nombre Alejandro, era nuevo en esto.
Entonces le explicó que “existen códigos que se deben respetar”, que su show lo
podía hacer “unos metros más lejos”. El “hombre dorado” le había hecho bajar su
recaudación debido a que, ahora, “la novedad era él”. Alejandro, 41 años, ex
entrenador de vóley y ex profesor de Educación Física, le restó importancia a
los reclamos de la “dama blanca” y siguió instalándose cerca de ella. La
paciencia de Marcela duró un mes. Florida estaba repleta de vendedores y
artistas, cada cual ocupaba un lugar específico, y “no quedaba otro espacio
bueno en esa zona”; además, ese era “su lugar”, se lo había ganado.
Abandonó Florida y su show
callejero. Le dedicó más tiempo a la carrera que estudia, Profesorado de
Expresión Corporal, y a depender del escaso sueldo que recibe trabajando en una
empresa que vende computadoras. Sueldo que, hasta el año pasado, le alcanzaba
para comer y pagar sus estudios. Hoy ya no le alcanza. Por esa razón ha
decidido volver a la calle Florida.
Marcela ahora sonríe. Le quedan dos
materias para recibirse. Y Alejandro está, pero lejos.
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