Falta poco para que empiece la película. Un amigo y una prima, con
los que había quedado en encontrarme, aún no llegaron.
Es lunes a
la noche, voy a la boletería y allí me entero que no traje mi libreta universitaria,
por lo que la entrada en vez de costarme cinco pesos, me saldrá ocho. Deseo ver
la última película de Pino Solanas, tengo el dinero, así que pago y entro a la Sala 1 del cine Cosmos. La
última vez que entré acá fue en el marco del BAFICI (Festival de Cine Independiente
de Buenos Aires), abril 2005, para ver un documental sobre la mítica película
porno Garganta profunda.
Soy muy fan
del Cosmos. Ves películas que prácticamente no pasan en ningún otro cine.
Empezó llamándose Cine Cataluña en 1929. En la década del sesenta ya se había
convertido en Cine Cosmos 70 y pasaba mucho cine soviético y de vanguardia en
general.
Una vez
adentro, miro a mi alrededor y sólo veo a cuatro personas. Un pibe con rastas y
barba larga, piernas y brazos peludos, sentado en un extremo de la última fila,
con las gambas apoyadas en los respaldos de los asientos de adelante. Una chica
rubia, de pelo bien cortito y anteojos redondos, que se acomoda casi en el
medio de la sala y se está terminando de manducar un alfajor Jorgito de
chocolate. Por último, un señor y una señora mayores que se encuentran
estáticos, a un costado de la segunda fila. La mujer, toda maquillada, lleva un
tapado de piel. El hombre, con poco pelo, todo engominado, luce saco y corbata.
Me siento en la última fila, al medio, como casi siempre.
Empieza la
película. Lo primero que me sorprende son los subtítulos en italiano que
acompañan las imágenes. En general, aquí en el Cosmos, las películas en idioma
castellano suelen ir con subtítulos en inglés.
Si hay una
razón por la que me gusta ver obras de este realizador argentino es porque sé
que, al contrario de muchos de sus colegas, genera sentimientos extremos sobre
el público. Cuando vi en un cine del centro, su último largometraje de ficción,
La Nube , mucha gente se retiró en la mitad de la
película. Al final, hubo un par de silbidos y muchos aplausos de pie.
Reacciones tan fuertemente inversas, sólo las recuerdo en películas del director
estadounidense David Lynch, del iraní Abbas Kiarostami, del argentino Lisandro
Alonso y del más abucheado, el más festejado, el más esnobeado, en definitiva
el dueño de las reacciones más extremas: el danés Lars Von Trier.
Recuerdo
cuando el danés estrenó Idioterne
(1998) en el Metro de la calle Cerrito. El argumento central consistía en unos
tipos que se hacen pasar por idiotas y se aprovechan de esa situación. Hay sexo
explícito. Una señora, con un saco, un peinado y unos anteojos muy recoletos,
se levantó en la mitad de la sala y gritó: “¡Es una vergüenza que pasen esto en
mi país!”. En Breaking the waves (1996)
dos tercios de los que asistieron a la sala 3 del Monumental de Lavalle se
fueron antes del final. Cuando pasaron Dogville
(2003) el tipo era más conocido así que apenitas la mitad de los que estaban en
la 2 del Lorca partió antes del The End.
De todos modos, la peli que se lleva hasta el día de la fecha el premio a “la
más perturbadora de Lars” (y eso es decir mucho) es, claro está, Dancer in the dark (2000). La vi en la
sala Lugones del teatro San Martín. La pantalla permanece en negro los primeros
cinco minutos, mientras una melodía poco a poco va aumentando su volumen. Durante
ese lapso un pibe gritó: “Claro, ‘Bailarina
en la oscuridad’, ahora entendí el título”; todos rieron y el mismo pibe completó:
“Espero que no se así las dos horas veinte”. Por suerte no fue así. Acabados
esos desconcertantes minutos el film arrancó. Ahora la oscuridad estaba en el
argumento. Björk gritaba y sufría terriblemente, se quedaba ciega, pataleaba,
golpeaba la cabeza de un tipo contra el piso, y tenía un final sin posibilidad
de redención alguna. Cuando se encendieron las luces no me sorprendió ver menos
gente que cuando empezó el film, lo que me llamó la atención fueron los
espectadores que estaban llorando; dos pibas de veintitantos, un chabón de cuarenta
y algo, una señora de sesenta y pico, todos moqueaban y se abrazaban con otros.
Esta vez,
con tan escasa cantidad de personas, no puedo esperar demasiado alboroto. Pero,
cada tanto, bajo la mirada y observo. La chica de pelo corto se ríe fuerte ante
cada ironía que sale de la voz en off de
Pino. El pibe de las rastas sólo cambia de posición sus piernas y bebe, con
sorbete, una gaseosa de marca desconocida. Lo más llamativo de los asistentes
lo encuentro definitivamente en la pareja sentada en la segunda fila: no paran
de hablar (cosa que detesto que hagan cuando voy al cine). Ella tose muy
seguido y lanza frases como: “¡y dale con los piqueteros!”. “¿Las otras
voces?”, grita él. Si bien es cierto que en toda la película se oye una sola voz en contra de las acciones
que realizan los protagonistas (casualmente se trata de una señora mayor que se
queja de una movilización piquetera) está claro que no era la intención del
autor darle la voz a todas la voces todas, sino a los que él considera
perjudicados por el sistema.
Uno
de los detalles clave tiene que ver con presentar las historias de los denominados
“nadies” mediante coplas populares
(recitados en verso). Este recurso ya lo había utilizado en Los hijos de Fierro (1975), donde
también allí fue su intención darle voz a los ignorados por los medios de
comunicación.
Títulos
finales. La chica de pelo corto se levanta, tira el envoltorio del Jorgito al piso
y se va con una sonrisa de oreja a oreja. El pibe de las rastas, dueño de un
rostro inmutable, se queda mirando la pantalla para leer los rubros técnicos de
la peli, mientras de su morral saca los elementos necesarios para armarse lo
que presumo será un porrito. La pareja añeja se retira con evidentes gestos de
fastidio y puteadas por lo bajo. Me voy conforme, pensando que me gustó más que
su anterior largometraje, Memoria del
saqueo (2003), que se parecía más a un producto televisivo. Creo que las
pequeñas historias, el eje central de La
dignidad de los nadies, son el terreno donde mejor se desenvuelve Solanas.
Salgo del
Cosmos. Hay poca gente para la próxima función. No pasa naranja. ¿Será por la
superposición en cartelera de tantas películas argentinas? ¿Será que a casi nadie
le interesa el tema? ¿Será que ya pasaron hace mucho tiempo los días de gloria
y popularidad de don Solanas? ¿Tendrá que ver con un estilo que sí, tal vez, se
haga repetitivo, algo cansador y huela un poco demodé? Cualquiera sea la razón,
lo concreto es que son muy pocos los que quieren ver a los “nadies”.
El año que
viene está previsto el estreno de Manderlay,
la nueva de Lars. Se exhibió en el festival de Cannes y no estuvo exenta de
polémicas. La espero con ansias.
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