lunes, 1 de agosto de 2016

Buscando escándalos en la oscuridad




Buenos Aires.- 19 de septiembre de 2005.

Falta poco para que empiece la película. Un amigo y una prima, con los que había quedado en encontrarme, aún no llegaron.
Es lunes a la noche, voy a la boletería y allí me entero que no traje mi libreta universitaria, por lo que la entrada en vez de costarme cinco pesos, me saldrá ocho. Deseo ver la última película de Pino Solanas, tengo el dinero, así que pago y entro a la Sala 1 del cine Cosmos. La última vez que entré acá fue en el marco del BAFICI (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires), abril 2005, para ver un documental sobre la mítica película porno Garganta profunda.
Soy muy fan del Cosmos. Ves películas que prácticamente no pasan en ningún otro cine. Empezó llamándose Cine Cataluña en 1929. En la década del sesenta ya se había convertido en Cine Cosmos 70 y pasaba mucho cine soviético y de vanguardia en general.
Una vez adentro, miro a mi alrededor y sólo veo a cuatro personas. Un pibe con rastas y barba larga, piernas y brazos peludos, sentado en un extremo de la última fila, con las gambas apoyadas en los respaldos de los asientos de adelante. Una chica rubia, de pelo bien cortito y anteojos redondos, que se acomoda casi en el medio de la sala y se está terminando de manducar un alfajor Jorgito de chocolate. Por último, un señor y una señora mayores que se encuentran estáticos, a un costado de la segunda fila. La mujer, toda maquillada, lleva un tapado de piel. El hombre, con poco pelo, todo engominado, luce saco y corbata. Me siento en la última fila, al medio, como casi siempre.
Empieza la película. Lo primero que me sorprende son los subtítulos en italiano que acompañan las imágenes. En general, aquí en el Cosmos, las películas en idioma castellano suelen ir con subtítulos en inglés.

Si hay una razón por la que me gusta ver obras de este realizador argentino es porque sé que, al contrario de muchos de sus colegas, genera sentimientos extremos sobre el público. Cuando vi en un cine del centro, su último largometraje de ficción, La Nube, mucha gente se retiró en la mitad de la película. Al final, hubo un par de silbidos y muchos aplausos de pie. Reacciones tan fuertemente inversas, sólo las recuerdo en películas del director estadounidense David Lynch, del iraní Abbas Kiarostami, del argentino Lisandro Alonso y del más abucheado, el más festejado, el más esnobeado, en definitiva el dueño de las reacciones más extremas: el danés Lars Von Trier.
Recuerdo cuando el danés estrenó Idioterne (1998) en el Metro de la calle Cerrito. El argumento central consistía en unos tipos que se hacen pasar por idiotas y se aprovechan de esa situación. Hay sexo explícito. Una señora, con un saco, un peinado y unos anteojos muy recoletos, se levantó en la mitad de la sala y gritó: “¡Es una vergüenza que pasen esto en mi país!”. En Breaking the waves (1996) dos tercios de los que asistieron a la sala 3 del Monumental de Lavalle se fueron antes del final. Cuando pasaron Dogville (2003) el tipo era más conocido así que apenitas la mitad de los que estaban en la 2 del Lorca partió antes del The End. De todos modos, la peli que se lleva hasta el día de la fecha el premio a “la más perturbadora de Lars” (y eso es decir mucho) es, claro está, Dancer in the dark (2000). La vi en la sala Lugones del teatro San Martín. La pantalla permanece en negro los primeros cinco minutos, mientras una melodía poco a poco va aumentando su volumen. Durante ese lapso un pibe gritó: “Claro, ‘Bailarina en la oscuridad’, ahora entendí el título”; todos rieron y el mismo pibe completó: “Espero que no se así las dos horas veinte”. Por suerte no fue así. Acabados esos desconcertantes minutos el film arrancó. Ahora la oscuridad estaba en el argumento. Björk gritaba y sufría terriblemente, se quedaba ciega, pataleaba, golpeaba la cabeza de un tipo contra el piso, y tenía un final sin posibilidad de redención alguna. Cuando se encendieron las luces no me sorprendió ver menos gente que cuando empezó el film, lo que me llamó la atención fueron los espectadores que estaban llorando; dos pibas de veintitantos, un chabón de cuarenta y algo, una señora de sesenta y pico, todos moqueaban y se abrazaban con otros.

Esta vez, con tan escasa cantidad de personas, no puedo esperar demasiado alboroto. Pero, cada tanto, bajo la mirada y observo. La chica de pelo corto se ríe fuerte ante cada ironía que sale de la voz en off de Pino. El pibe de las rastas sólo cambia de posición sus piernas y bebe, con sorbete, una gaseosa de marca desconocida. Lo más llamativo de los asistentes lo encuentro definitivamente en la pareja sentada en la segunda fila: no paran de hablar (cosa que detesto que hagan cuando voy al cine). Ella tose muy seguido y lanza frases como: “¡y dale con los piqueteros!”. “¿Las otras voces?”, grita él. Si bien es cierto que en toda la película se oye una sola voz en contra de las acciones que realizan los protagonistas (casualmente se trata de una señora mayor que se queja de una movilización piquetera) está claro que no era la intención del autor darle la voz a todas la voces todas, sino a los que él considera perjudicados por el sistema.
Uno de los detalles clave tiene que ver con presentar las historias de los denominados “nadies” mediante coplas populares (recitados en verso). Este recurso ya lo había utilizado en Los hijos de Fierro (1975), donde también allí fue su intención darle voz a los ignorados por los medios de comunicación.
Títulos finales. La chica de pelo corto se levanta, tira el envoltorio del Jorgito al piso y se va con una sonrisa de oreja a oreja. El pibe de las rastas, dueño de un rostro inmutable, se queda mirando la pantalla para leer los rubros técnicos de la peli, mientras de su morral saca los elementos necesarios para armarse lo que presumo será un porrito. La pareja añeja se retira con evidentes gestos de fastidio y puteadas por lo bajo. Me voy conforme, pensando que me gustó más que su anterior largometraje, Memoria del saqueo (2003), que se parecía más a un producto televisivo. Creo que las pequeñas historias, el eje central de La dignidad de los nadies, son el terreno donde mejor se desenvuelve Solanas.
Salgo del Cosmos. Hay poca gente para la próxima función. No pasa naranja. ¿Será por la superposición en cartelera de tantas películas argentinas? ¿Será que a casi nadie le interesa el tema? ¿Será que ya pasaron hace mucho tiempo los días de gloria y popularidad de don Solanas? ¿Tendrá que ver con un estilo que sí, tal vez, se haga repetitivo, algo cansador y huela un poco demodé? Cualquiera sea la razón, lo concreto es que son muy pocos los que quieren ver a los “nadies”.

El año que viene está previsto el estreno de Manderlay, la nueva de Lars. Se exhibió en el festival de Cannes y no estuvo exenta de polémicas. La espero con ansias.


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