martes, 19 de noviembre de 2013

Dos palmaditas




 Punta Alta (provincia de Buenos Aires, República Argentina). Casa de mis abuelos maternos. Los nonos. La casa enorme de siempre. Esa con patio largo hasta allá, el fondo, re lejos. Con gallinas, muchas antes, pocas después, ninguna hoy. Con plantas de todo tipo. Con un enano guardián que vigila el jardín sin movérsele siquiera una pestaña cual granadero del palacio. Con aire demasiado puro.
Estábamos en el living, rodeando a esa mesa eterna. El crucifijo extra large ahí colgado, solitario, en la blanca pared. Los almanaques en flamante italiano. Dos largos palos acostados, colocados en paralelo, distanciados por pocos centímetros, sostenidos por el respaldo de dos sillas, una en cada punta de ambos palos. Las pastas colgando de esos palos. Pastas que en minutos se convertirán en “Las pastas de la nona”, el manjar más delicioso de todos los tiempos.
Parada a un costado, Dely; la segunda hija de los nonos, con su primogénita Leti, primita tres meses más grande que yo. Leti llora y llora, pero en los brazos de su madre parece por fin calmarse de a poco. Es ahí cuando la tía decide pasarle su hija a la primogénita de los nonos; mi vieja, Yana.
Yo estoy sentado en una punta de la eterna mesa rectangular. En la otra punta, el centro de atención: el nono. Cuenta que te cuenta vaya a saber qué anécdota. Tal vez sobre la guerra, tal vez sobre sus comienzos en Argentina, tal vez sobre algo que le pasó el día anterior. Quién sabe. Soy muy pendejo para entender.
A Leti se le caen las últimas lagrimitas. Yo la miro con cara de “no llores, Leti, no llores”, pero no me animo a decírselo por miedo a que me carguen los mayores.
El tío Dany escucha al nono, atento en un rincón, cerca de la puerta que da al patio. En sus manos tiene una revista con muchas letras, que ni idea de qué tratará. El tío Dany es el menor de los hijos de los nonos. Mi vieja le lleva diecisiete añitos. El tío Dany nos lleva sólo ocho añitos a Leti y a mí. Con el tío Dany es con quien más jugamos Leti y yo. Es el que más nos entiende.
La nona hace su eléctrica aparición. Corre, se frena, prepara algo, va de aquí para allá. Vuela. La súper nona se la pasa haciendo cosas. Se debe cansar, pobre. Será por eso que duerme siempre la siesta y sus ojitos se le cierran en forma automática a las diez de la noche. Hasta yo te duro despierto media horita más. Pero, claro, yo no hago tantas cosas durante el día.
José, el tercero de los hijos de los nonos, escucha muy serio a su papá. José es mi padrino y por lo tanto mi preferido. A José lo respeto mucho y cada vez que abre la boca tomo nota. José es grandote y cabezón. Yo soy sólo cabezón. Quizá de grande logre ser grandote. Ojalá.
Mi hermanito menor Martín y mi primita Silvi, hermanita menor de Leti, duermen en una de las piezas. Mi tío Miguel, esposo de Dely, le comenta algo a mi viejo Alfonso, que se encuentra cerca de José.
De pronto, Juan irrumpe en la escena. El tío Juan, el cuarto hijo de los nonos, abre de golpe la puerta que da al patio y hace como que asusta al tío Dany. Al toque tira un chiste que no logro entender y todos los grandes se mueren de la risa. Juan siempre hace reír a todos con chistes que a veces entiendo y otras veces no. Cuando sea grande quiero hacer reír a todos como lo hace el tío Juan. Y también quiero entender todos sus chistes.
La nona le pone los puntos a Juan, que al parecer ya se pasó de rosca. Le pide que pare un poquito y haga unas compras. Juan le advierte que no queda tanto papel como para anotar tantas compras que hay que hacer. José sale disparado del living y enseguida vuelve con el papel higiénico en la mano. Se lo da a Juan y creo que le dice algo así como “escribí acá, andá a hacer las compras y dejate de joder”. Yo me cago de risa por la ocurrencia de mi padrino y la miro a Leti, que continúa en brazos de mi vieja. Leti sonríe por primera vez en el día.
La nona se agarra la cabeza, le da a Juan una birome y un papel blanco gigante, y le dicta todo lo que se necesita para que vaya y lo compre. Yo todavía me río. El nono hace un comentario sobre mi risa y todos estallan en carcajadas. Juan se va a hacer las compras cantando en algo que parece italiano y eso provoca que me ría cada vez más. No, no puedo parar de reír. ¡No puedo! ¡Hasta empecé a toser! Mi vieja me pide que pare un poquito, que ya está. Obedezco como puedo. El nono, retomando la anécdota que venía contando, vuelve a ser el centro de atención. Algún día alguien me relatará todas estas historias que el nono siempre cuenta, ¡deben estar buenísimas!
La nona pasa cerca de mí, me da dos suaves palmaditas en la cabeza y, en simultáneo, me regala una sonrisa, pequeña, sutil, como sabia.
“Ay, Pablito, Pablito”, me dice, y yo sonrío al recibir su mimo. A continuación, disparada cual súper nona, se desplaza en forma veloz hacia otra parte de la casa, en busca de vaya uno a saber qué.


No hay comentarios:

Publicar un comentario